EL LEGADO DEL SALARIO MÍNIMO EN VENEZUELA



EL “LEGADO” DEL SALARIO MÍNIMO EN VENEZUELA

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Wladimir Abreu*

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Cualquier análisis, si es mínimamente objetivo, concluye en que el salario de la clase obrera venezolana, es decir, el precio de la mercancía “fuerza de trabajo”, ha sufrido un escandaloso deterioro, llevándolo por debajo de los mínimos de subsistencia humana.


A pesar de que en los últimos tres lustros las dos facciones burguesas en pugna (en el gobierno y la oposición) convirtieron el ocultamiento y la manipulación de las cifras económicas en la norma, es innegable que el salario en Venezuela ha sufrido una involución a lo largo de los pasados 12 años.


Esta realidad no valida automáticamente aquello de que “todo tiempo pasado fue mejor, y menos la frase típica de la derecha “mayamera” de que “éramos ricos pero no lo sabíamos”. Venezuela realmente nunca fue un “país rico” –en comparación con otras naciones equivalentes en población y estructura económica–, a pesar de momentos con gran crecimiento del producto interno bruto (PIB). Hasta hace nada hemos vivimos saturados de la retórica oficial acerca de nuestra fortaleza en hidrocarburos, pero el espejismo que es el rentismo petrolero se rompió, ya no daba más, y los que se encargaban de administrarlo lo hicieron de la peor manera posible.


Hasta principios del año 2003 hubo en Venezuela un libre cambio de divisas, pero, al poco tiempo de establecerse el control de cambios y sus diferentes modalidades, surgió un mercado negro de divisas que desde entonces, seguramente con elementos especulativos, ha marcado el valor del dólar para el grueso de la economía nacional y particularmente los bienes y servicios de consumo masivo.


Por lo tanto, para verificar el poder adquisitivo concreto del trabajador, tiene sentido usar como referencia el marcador dólar para indicar el valor del salario mínimo; además, las instituciones del Estado actualmente insisten en que al realizar las compras el pueblo puede usar divisas, con la tasa de cambio que indica diariamente el Banco Central de Venezuela, la cual es casi igual a la del dólar del mercado negro y a veces lo supera.


Desde 1998 hasta la fecha, el salario mínimo en Venezuela ha tenido los siguientes valores:


Fecha USD/mes USD/día

Enero 1998 307,06 10,23

Mayo 2000 398,53 13,28

Mayo 2002 308,12 10,27

Mayo 2004 308,82 10,29

Mayo 2006 320,06 10,66

Mayo 2008 383, 89 12,79

Mayo 2010 245,74 8,19

Mayo 2012 289,80 9,66

Mayo 2014 80,16 2,6

Mayo 2016 55,92 1,8

Mayo 2018 2,04 0,068

18 Mayo 2020 2,12 0,07


Salvo repuntes en los años 2000, 2008 y 2012 –que en los dos primeros incluso se acercó a los 400 USD–, el salario se mantuvo oscilando entre los 245 y los 300 USD, pero la crisis económica mundial del 2008 no tardaría en repercutir sobre nuestra economía fundamentalmente rentista.


Un gobierno responsable debió haber tomado previsiones ante lo que era una realidad que todos los centros de debate económico del mundo proclamaban, se sucedería una recesión económica global, bajarían los índices de producción de los grandes centros industriales del planeta y por lo tanto esas industrias ya no necesitarían tanto petróleo y éste bajaría de precio.


Pero, ¿qué hicieron primero Chávez y luego Maduro? Nada bueno. Se continuó por el mismo camino del capitalismo rentista; ante la caída del precio del barril se siguió emitiendo dinero inorgánico hasta crear una hiperinflación de niveles astronómicos.


De ahí se llegó a que a partir del 2014 los salarios venezolanos prácticamente se africanizaran, y se empieza a bordear el límite de miseria absoluta que prevé la ONU, con ingresos menores a los 3 USD diarios, e incluso en 2017 se rompió la barrera de menos de 1 USD por día.


Según un estudio del Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (CENDA), el salario mínimo en Venezuela, sin incluir el “bono de alimentación”, para el año de 1999 cubría casi el 50% de la canasta alimentaria, en el año 2000 subiría al 67% de ésta, para el año 2005 el 65%, en 2013 bajó hasta el 46,6%. En ese momento comenzó un desplome fenomenal, haciendo que los salarios venezolanos alcanzaran niveles “subsaharianos” que no alcanzan para cubrir ni el 5% de la canasta alimentaria venezolana. Para mayo, junio y julio de 2019 el salario mínimo venezolano sólo cubría el 3,3%, 2,8% y 2,4%, respectivamente, de la canasta básica alimentaria.


Según el informe del CENDA “Canasta Básica, alimentos bienes y servicios, febrero 2020”, la canasta básica mensual para una familia venezolana ronda los 332,28 USD, lo que para la fecha del informe representaba 24.620.199 BsS, pero que al cambio del 25 de mayo de 2020, serían 64.264.477,17 BsS, según la página del BCV, 193.404,59 BsS/USD.


El salario mínimo legal en Venezuela son 400.000 BsS, si se le suma el “bono de alimentación” (400.000 BsS), que jurídicamente no es parte del salario, el monto del ingreso llegaría a 800.000 BsS. Si suponemos que la mayoría de los trabajadores no devengan salario mínimo, y tomamos el ejemplo de un docente con 15 años de servicio, cuyo salario nominal es del doble del mínimo, el ingreso a duras penas roza los 2.000.000 BsS, equivalentes a 10,34 USD al mes ó 0,34 USD diarios; montos astronómicamente lejanos a los 332,28 USD (64.264.477,17 BsS) que necesitaría una familia proletaria venezolana para subsistir de manera humana.


El legado de la gestión burguesa y reformista en Venezuela es, entre otros muchos, haberle hecho el más grande favor a la burguesía venezolana y mundial, al abaratar la fuerza de trabajo a unos niveles que ni Juan Vicente Gómez (quien entregó la clase obrera a las transnacionales petroleras) o Rómulo Betancourt (quien redujo el salario nominal de los empleados públicos) hubieran soñado.


Esos falsos revolucionarios al frente del Gobierno, han reducido la “fuerza de trabajo” –que es lo único con lo que cuenta la clase obrera venezolana para vender por su subsistencia–, al valor de una miserable migaja que se le lanza al plato de las familias venezolanas, mientras que en los últimos 21 años se fugaron del país más de 400.000 millones de dólares.


La magnitud del desastre me lleva a culminar estas líneas con las mismas palabras que usó Marx al final de la “Crítica del Programa de Gotha”, aunque ni el presente autor ni su escrito se equiparan con el viejo topo y su obra, pero hay momentos en los cuales hay que decir:


DIXI ET SALVAVI ANIMAM MEAM (“He dicho y salvado mi alma”).

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*Profesor de Historia

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